Iratxe Caño Esteban

Artista plástica / Plastic artist

Todos los mares

El momento en que sentí el impulso de pintar el mar, fue un punto de inflexión en mi recorrido artístico. Lo viví como un reto a nivel plástico, pero como siempre en el arte, había mucho más. Descubrí que el mar, la mar, los mares, formaban parte de mis paisajes interiores y de mi geografía vital.

Cada vez que lo miraba, pensaba en cómo captar su constante movimiento, los colores infinitos, esos reflejos que me deslumbraban… y me propuse intentarlo sobre mis lienzos. Necesitaba darle la vuelta, subvertir, el formato clásico y marcado de marina horizontal. Una pequeña rebeldía, supongo, proyectada contra aquello que te dice “cómo han de ser las cosas”. Cuando comencé a pintar mis Mares Verticales, entendí que, con esa verticalidad, también abría la ventana desde la cual siempre lo miré, aunque no pudiera verlo. Y fui consciente de que pretendía (ilusa de mí) atrapar la belleza de lo efímero, queriendo de este modo darle un aire de eternidad. El mar siempre presente, nunca igual, aquello que permanece.

Un único mar origen y final. El océano primigenio del cual surgió la vida. Pero en las palabras de la poesía es el lugar al que van a dar los ríos que son nuestras vidas. El mar, entonces, es el morir y el vivir. Leí en una introducción a la obra de Alfonsina Storni (poeta que acabó con su vida “vestida de mar” como cantaba Mercedes Sosa), que el mar puede ser lo más parecido a la vida que no podemos tener.

Así, al pintar esos mares, apareció el horizonte que me proporciona la calma, también efímera y huidiza. Esa línea imaginaria que evoca al lugar donde parecen juntarse el cielo y la tierra, y de la cual escuché o leí hace un tiempo (la memoria es tan frágil…), otra definición: “el horizonte es el fin de la percepción y el principio de la intuición”. Intuición como modo de percepción y conocimiento directo e inmediato, que no precisa de la deducción o el razonamiento, y que equivale a mirar hacia dentro o contemplar. El horizonte se convierte, por tanto, en la línea a atravesar para mirar nuestro mundo interno, nuestro “paisaje interior”.

Procedo de un lugar donde el horizonte no se configura como una línea, sino que está difusamente dibujado por el verde de las montañas, el gris de las nubes (y las fábricas y edificios en el caso del barrio en que me crie) y la magia de los mitos ancestrales. Sin ser solo una metáfora, únicamente se puede acceder a esa línea del horizonte a través del mar. Un mar que se abre al océano, tan bello como fuerte e indomable. El mar siempre marca y a la vez abre mi horizonte. Un horizonte inalcanzable por definición, y que, por eso mismo, nos obliga a seguir buscando.

Mirar al horizonte es mirar hacia dentro de nosotros mismos; asumir la paradoja de que eso supone ir hacia fuera, más allá de nuestro espacio, cuando nuestros ojos se elevan intentando abarcar lo inabarcable. Mirarnos más allá de un espacio físico y de nuestras humanas limitaciones, amplificar la realidad y expandir esa mirada a las infinitas posibilidades que podemos intuir.

Los mares de mi geografía vital han dejado su huella en mí y en mis cuadros. La fuerza sin artificios del Cantábrico, hermoso, pero sin piedad. El Mediterráneo y la serenidad de sus aguas, que me ha mostrado como bajo la superficie de lo desconocido hay un mundo acogedor lleno de vida e inagotables colores a mi alcance. El océano y todos los mares de la Tierra como promesa para seguir explorando.

Y en esta exploración a través del arte, el mar además ha sido una excusa para dar presencia y escuchar al cuerpo; soporte material de la existencia, paisaje íntimo de nuestra geografía vital. Sumergirme en sus profundidades (tanto del mar como del cuerpo) cuando nado y cuando pinto. Freud denominó sentimiento oceánico a un estado en que nos sentimos uno con el todo, una sensación de eternidad en que no hay límites ni barreras y muy relacionada con la experiencia creativa. En algunos de mis cuadros el cuerpo aparece en una unión matérica con las aguas de las que surge o en las que se sumerge, como por ejemplo en la serie Cuerpo-Mar.

Sigo explorando nuevos territorios en este viaje que me permite el arte, pero tengo el presentimiento de que, me llevé donde me llevé, iré regresando a esos mares de los que formo parte. Como dice el artista Hiroshi Sugimoto: “Cada vez que veo el mar siento una sensación de seguridad, como si estuviera visitando mi hogar ancestral.” Nuestro hogar.

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